ELIGE UNA PESTAÑA

miércoles, 25 de mayo de 2016

WARMA KUYAY

LECTURA Y EJERCICIOS

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

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“WARMA KUYAY” 

(Amor de niño)
     Noche de luna en la quebrada de Viseca.
Pobre palomita, por donde has venido, buscando la arena, por Dios, por los suelos.
     -¡Justina! ¡Ay, Justina!
     En un terso lago canta la gaviota, memorias me deja de gratos recuerdos.
     -¡Justinay,  te pareces a las torcazas de Sauciyok’!
     -¡Déjame, niño, anda donde tus señoritas!
     -¿Y el kutu? ¡Al Kutu le quieres, su cara de sapo te gusta!
     -¡Déjame, niño Ernesto! Feo, pero soy buen laceador de vaquellas y hago temblar a los novillos de cada zurriago. Por eso Justina me quiere.
     La cholita se rió, mirando al Kutu; sus ojos chispeantes como dos luceros.
     -¡Ay Justinacha!
     -¡Zonzo, niño zonzo! –habló Gregoria, la cocinera.
     Caledonia, Pedrucha, Manuela, Anitacha… soltaron la risa, gritaron a carcajadas.
     -¡Niño zonzo!
     Se agarraron de las manos y empezaron a bailar en ronda, con la musiquita de Julio el charanguero. Se volteaban a ratos, para mirarme, y reían. Yo me quedé fuera del círculo, avergonzado, vencido para siempre.
     Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared parecía moverse, como las nubes que correteaban en las laderas de“Chawala”. Los eucaliptos de la  huerta sonaban  con ruido largo e intenso: sus sombras se tendían hasta el otro lado del río. Llegué al pie del molino, subí a la pared más alta y miré desde allí la cabeza del “Chawala”: el cerro, medio negro, recto, amenazaba caerse sobre los alfalfares de la hacienda. Daba miedo  por las noches; los indios nunca lo miraban a esas horas y en las noches  claras conversaban siempre dando la espalda al cerro.
     -¡Si te cayeras de pecho, tayta “Chawala”, nos moriríamos todos!
     Al medio del Witron  Justina empezó otro canto:
                    Flor de mayo, flor de mayo,
                    flor de mayo, primavera,
                    por qué no te libertaste
                    de esa tu falsa prisionera.
     Los cholos se habían parado en círculo y Justina cantaba al medio. En el patio inmenso, inmóviles sobre el empedrado, los indios se veían como estacas de tender cueros.
     -Ese puntito negro que está al medio de Justina, y yo la quiero, mi corazón tiembla cuando ella se ríe, llora cuando sus ojos miran al Kutu. ¿Por qué, pues, me muero por ese puntito negro?
     Los indios volvieron a zapatear en ronda. El charanguero daba vueltas alrededor del círculo, dando ánimo, gritando como porto enamorado. Una paca-paca empezó a silbar desde un sauce que cabeceaba a la orilla del río; la voz del pájaro maldecido daba miedo. El charanguero corrió hasta el cerco del patio y lanzó pedradas al sauce; todos los cholos le siguieron. Al poco rato el pájaro voló y fue a posarse sobre los duraznales de la huerta; los cholos iban a perseguirle, pero don Froylán apareció en la puerta del Witron.
     -¿Largo! ¡A dormir!
     Los cholos se fueron en tropa hacia la tranca del corral; el Kutu se quedó solo en el patio.
     -¡A ese le quiere!